sábado, 27 de agosto de 2011

Petit Vignemale (3032m)


Hacía tiempo ya que había prometido a Sofía una excursión a los Pirineos. Decidí un lugar nuevo y un pico sencillo. Ahora que el coche me aporta mayor flexibilidad podía permitirme el lujo de pasearme por la vertiente francesa y recorrer, pese a hacerlo motorizado, los puertos más emblemáticos del Tour de Francia a su paso por la cordillera del sur.



Aubisque, Tourmalet, Aspin. Cada curva deparaba una nueva visión de esplendor en una tarde hermosa, con un sol radiante, que calentaba sin quemar, que iluminaba sin cegar. Plácidamente posóse el Nissan junto a la presa de Ossue, y bajo estrellas, truenos, mugidos y el sedante ronroneo de arroyos dejamos descansar nuestros cuerpos a expensas de la jornada siguiente.



El buen tiempo continuaba. Así podíamos apreciar los vivos colores de los lirios y la hierba. Las descaradas marmotas, los sarrios y las aves. Todos al son de las cascadas hectométricas que llegan a postrarse al montañero.

El sendero nos presenta el refugio de Baysellance. Hermoso y solitario, con vistas a nuestro pico, supone una corta que precede al ataque final.



Las fuerzas todavía acompañaban. Convenzo a Sofía para dormir en la cima, y tras algun parón de indecisión nos plantamos en la cumbre.



Allí el panorama es engañoso. Nubes que van y vienen. Decidimos plantar el campamento junto al refugio. Es una salida para disfrutar.

El resto, plácido descenso con el premio de una comida junto al muro de Gavarnie. Largo viaje de vuelta. Parada en Bielsa y un tresmil más al zurrón. El primero de Sofía.
Un saludo montañeros.

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martes, 16 de agosto de 2011

Dom (4545m)



Cambiemos de valle. Zermatt remata un hermoso panorama y en su camino se encuentra la acogedora Randa. Pueblecito acogedor a las faldas del Dom. Es éste sin duda un pico con mayúsculas.



Su ruta normal parte de la Iglesia del Pueblo. Asciende una senda entre bosques primero y rocas después hasta llegar al Domhutte. Allí las vistas nos relajan, pero una mala bienvenida primero y una señal de prohibido acampar nos impulsan a continuar la marcha en busca de un buen asentamiento para nuestra tienda a los pies del Glaciar Hohgberg.

Al fin encontramos restos de acampadas pasadas y agua cerca. Toda la tarde para pensar, descansar, comer y dormir.





Es duro comenzar de noche. Conforme comenzamos a escuchar ruido de crampones acariciando la roca colindante nos ponemos manos a la obra. Un buen desayuno y al lío. Primero sobre roca. Más tarde sobre el mismo glaciar y su hielo vivo, y al final ya sobre nieve hasta llegar al Festijoch. Allí, con no más luz que la de nuestras linternas frontales, emprendemos la escalada sobre crampones en la viva roca.

El camino es incierto pero no demasiado complicado. Tal vez hemos pasado de II a III grado, pero se torna más interesante. Sobre todo para José que se calzaba crampones por segunda vez.

Ya después, saludamos al amanecer y, bastones en mano, esquivamos grietas y subimos y subimos remontando el Glaciar Festi. Así hasta la cima, coronada por una cruz. A ella no osaron acercarse todos los presentes, pero a nosotros nos picaba el gusanillo.



El resto, un largo descenso lleno de satisfacción por el éxito de la empresa, y ya ganas de pensar en futuras ascensiones.



Este sería el final de nuestro periplo alpino del año. Hasta la próxima.



Un saludo montañeros.

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Bishorn (4153m)



Llegó el momento. Mi Nissan Qashqai blanco había sido concebido para ello. Un viaje de 900 kilómetros entre Zaragoza y Chamonix. Iba a ser el primer contacto de José Ramón con las montañas reinas de Europa. Previamente visitaríamos a Dani en su guarida Aranesa. Muchos eran los objetivos. No tantos los resultados.



La primera jornada transcurrió entre Zaragoza y Vielha. Allí Dani, perfectamente asentado en la empresa de su padre, nos descubrió un poco más este bonito valle norpirenaico.

El viaje es largo, pero la incertidumbre y la buena compañía, sumadas a nuestra inexperiencia al volante, nos permitió disfrutar de una jornada amena. Con el caer del sol besábamos la lengua del glaciar de Bossons.



José conoce Gaillands y vamos gestando las ascensiones. Pondremos rumbo a Suiza. Allí, para comenzar tenemos la pareja Bishorn-Weishorn. Al menos uno de los dos podría ser nuestro primer objetivo.

Así pues, rumbo a Zinal. Lo cierto es que los pueblos suizos están cortados todos por el mismo patrón. Profundos y hermosos valles plagados de casas de muñecas, marcados por la vía del ferrocarril y rubricados con blancos horizontes. Así era Zinal, como podía haber sido Randa o cualquier otro municipio de la zona.



Una vez allí, no se nos ocurrió mejor cosa que hacer la aproximación. ¿Por qué perder el tiempo cuando todo lo necesario estaba allí?



1500 metros de desnivel no están mal para calentar. Tras ellos, entre niebla, viento y nieve, la cabaña de Tracuit nos cortaba la perfecta línea de la cresta que une los dos hermanos. Entramos en el refugio para guarecernos de la cellisca que ahora nos recibe. Allí, embriagados por el calor y la satisfacción, meditamos el día siguiente y nos avituallamos.

Acto seguido montamos nuestra tienda super ligera a los pies del negro hielo vivo del glaciar de Trutmann. Buena cena y enormes vistas las que nos brinda las nubes que se apartan. Cervino, Dent d'Herens, Dent Blanche, Obel Gaberhorn y más. José ya sabe lo que es un horizonte alpino. Mañana le espera su primer cuatromil.





El equipo al completo para iniciar la marcha. Primero sobre hielo vivo. Después nieve, y más nieve. En el suelo y en el viento sólo nieve. Frío y largas eses. Los dos hermanos llegan al collado final. Tan sólo una ligera trepada en nieve dura nos separa de la cima. Allí dejamos los bastones y entran a jugar los piolets. Y ya. Ya puedes sacar la "ele" José.



Pero date prisa porque hacen un frío y un viento atroces.



Tanto que un hombre que hemos adelantado en el ascenso decide no atacar la cima. En el descenso recuperamos temperatura y José va familiarizándose con los crampones.

Para la bajada, buen tiempo desde el refugio y un pequeño infierno para José Ramón, cuyas botas nuevas son demasiado pequeñas y martirizan su bajada, que es muy muy larga.



Ya de vuelta a Chamonix viviríamos el episodio más arriesgado de la cita. Miguel se duerme al volante y la bala blanca besa el quitamiedos. Todo quedó en un susto. Para todo hay que tener suerte. Un saludo montañeros.

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